Mahmud Darwish

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Solo otro año  -  Mahmud Darwish

Amigos,

me basta con que sobreviva alguno de vosotros para vivir un año,

sólo otro año

para amar a veinte mujeres

y treinta ciudades.

Un año es suficiente para dar a la idea un cuerpo de azucena,

para que una tierra desconocida albergue a una chica que me lleve al mar

y me entregue, de sus rodillas, la llave de todos los lugares.

Un año es suficiente para vivir toda mi vida

de un tirón,

en un solo beso

o en un disparo

que ponga fin a mis preguntas

y al enigma de los tiempos confusos.

Amigos, no muráis así.

Por favor, no muráis, esperadme otro

año,

sólo otro año.

Tal vez terminemos la charla y el viaje que

hemos iniciado

e intercambiemos ideas caminando por la calle,

sin horario ni banderas.

¿Hemos traicionado a alguien

para tener que llamar país a cada pájaro

y espuma a la tierra que está fuera de la herida,

para que temamos el susurro?

Quizá podamos proteger al lenguaje

de un sentido que no hemos deseado,

de un canto que no hemos entonado

a los sacerdotes...

Amigos, mártires erguidos

en mi lecho... y en la cintura de una chica de la que aún no he gozado

ni he elevado sobre sus piernas mi oración al dios del jazmín...

Dejadme solo un momento.

Tenemos derecho a tomar el café con azúcar, no con sangre,

a escuchar el sonido de nuestras manos llamando a las perdices que nos

lloran, no la caída de las fortalezas.

Tenemos derecho a censar nuestras venas que hierven

con el viento de los deseos crónicos,

a dar las gracias a la pelusa dormida

en el vientre lácteo

y a romper el ritmo de los cánticos piadosos...

Amigos, mártires,

mo muráis antes de pedir perdón a una rosa que no habéis visto,

a un país que no habéis visitado,

a un deseo que no habéis logrado,

a mujeres que no os han colgado en el cuello

el icono del mar

ni el tatuaje del alminar.

No muráis antes de que formulemos la pregunta que no harán los supervivientes:

por qué la tierra se parece a un membrillo,

por qué la mujer se parece a lo que no se asemeja la tierra,

a las privaciones de los enamorados... y a un río de claveles?

¿Por qué me reconocieron

abiertamente cuando morí...

y me negaron

cuando regresé vivo de mi periplo?

Dios mío, mi cadáver me ha guiado

y les ha hecho regresar a mí.

Cual chimenea, lo han alzado entre ellos.

Amigos, mártires,

pensad en mí un poco,

amadme un poco,

no muráis así, por favor, no muráis,

esperadme otro año,

un año,

sólo otro año.

No muráis ahora, no me dejéis,

amadme para que bebamos este cáliz,

para que descubramos que la ola blanca no es una mujer

ni una isla.

¿Qué haré tras vuestra ausencia?

¿Qué haré después del último entierro?

¿Cómo voy a amar la tierra que os arrebata de mi lado

y os oculta del mar?

¿Cómo voy a amar al mar que ahoga a los que rezan

y eleva el alminar?

¿A quién visitaré los sábados por la tarde?

¿Quién abrirá mi corazón a los gatos?

¿A quién dedicaré el panegírico de esta luna agria sobre el Mediterráneo?

¿A quién llevaré las pertenencias de las mujeres pasajeras y seductoras?

¿A quién dejaré este hastío cotidiano?

¿Qué significará mi vida

cuando no tenga más que mi sombra para apoyarse en la pared de mi sombra, tras vuestra ausencia?

¿Quién me conducirá a mi alma

y la convencerá de que se quede conmigo?

No muráis, no muráis así, por favor,

no me arranquéis de la manzana-mujer

para lanzarme al libro de las elegías

y a los ritos de las perseverantes lágrimas.

No poseo mi corazón para lanzarlo sobre vosotros cual saludo,

no poseo mi cuerpo para hacer un nuevo ataúd y un testamento,

no poseo mi voz para atravesar esta calle elevada sobre el fusil.

Tened piedad de mí, amigos,

tened piedad de las madres desconsoladas que buscan otras albórbolas

para celebrar el nacimiento de los espejos en los estallidos de las bombas.

Tened piedad de las paredes que desean la hierba,

de los escritores en las noticias necrológicas,

tened piedad de un pueblo al que hemos prometido el acceso de la rosa por la puerta de las cenizas amargas.

No desaparezcáis ahora, como el poeta en el sombrero del mago.

¿Quién recogerá las rosas de los mártires?

Esperad, amigos, tened piedad de nosotros.

Nuestras ocupaciones no nos permiten buscar tumbas y una elegía

distinta de la anterior.

¡Qué pequeñas son estas rosas!

¡Qué grande es esta sangre!

¡Qué bellos sois, amigos,

cuando violáis la tierra en el milagro del génesis

o descubrís la fuente entre las rocas de las montañas posibles!

Amigos,

me basta con que sobreviva alguno de vosotros para vivir un año,

otro año.

Un año es suficiente para que caminemos juntos,

para que nos colguemos el río en la espalda como los gitanos,

para que destruyamos juntos el último templo

y coloquemos una piedra bajo otra,

para que retornemos al alma de su exilio

cuando marchemos juntos,

cuando declaremos una pequeña huelga de adoración a las imágenes.

Si me abandonáis ahora, amigos,

si partís

para habitar en la nebulosa del cráneo,

no os llamaré, no os haré elegías

ni escribiré una palabra sobre vosotros.

Ahora no puedo hacer elegías a nadie,

ya sea país, cuerpo,

un cuerpo en un disparo

o un obrero en la fábrica de la muerte unificada.

A nadie,

a nadie...

Que este canto sea

el fin de las lágrimas derramadas sobre todos vosotros, amigos traidores,

y una elegía destinada a vosotros.

Por eso...

no muráis, amigos, no muráis ahora.

Ninguna rosa es más cara que la sangre en este desierto.

No tenéis tiempo.

No muráis así, por favor, no muráis,

esperad otro año,

un año.

Me basta con que sobreviva alguno de vosotros para vivir un año,

sólo otro año.

Un año es suficiente para que ame a veinte mujeres

y treinta ciudades.

Un año es suficiente para que acuda junto a mi madre desconsolada

y le grite: alúmbrame de nuevo

para que vea la rosa desde su comienzo

y ame el amor desde su comienzo

hasta los confines del canto.

Sólo otro año.

Un año es suficiente para vivir toda mi vida

de un tirón,

en un solo beso

o en un disparo que ponga fin a mis preguntas.

Sólo otro año,

otro año,

un año...