Francisco Madariaga

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Las jaulas del sol -  Francisco Madariaga

I

¡Oh niño de la siesta, sentado hasta en el aire de tu odio!

Lujoso y verdadero rey del hombre que incendia, que

destapa, que acomete hasta en el velo natal el

arco iris de calor su gran serpiente, su gran corriente,

su profesión de ser arrodillado que se lanza porque

así lo quiere el agua, las comarcas subidas a las

hojas, todo lo recogido por las palmas por su gran

alimento, su corriente de dios, su arrancamiento

del seno de las joyas-mujeres.

Oh mío, pedazo de recuadro del mundo, recibido

antiguamente por las fieras: en nosotros se levanta

y camina, pero lo acosa el fuego -¡su velocidad

elimina!- hacia donde resoplamos nuestras galas

de enredos e todos los colores, los calores, los

olores y las grandes pestañas destruidas de mi tigre

en el corazón de una provincia.

II

Vengan allí a la casa del diamante calentado por

el agua, al huerto donde el hombre se recoge

para no caer del globo.

Un día, un paso, un día mil pasos, una bestia sueño,

pero con todos los amores permitidos por su amor.

Ni una pérdida.

No, no, tribu mía de mi raza. Raza de ganancia y de lujo,

acopladora, niveladora para el fuego, tambora para

los vientos dementes que saben adorar.

Tenía un camino de patos y de rezos. Al fondo, el agua,

luego, los ojos de los hombres con sus telas

flotando sobre el sol y aquí la misma marca

de globo entre las piernas ¡y un odio por lo estéril!

Oh madre de todos los amores, ven a mí, adórame con

tus hijas. Tiernísima del bosque, ven a mí, yo tengo

una bolsa de fuego cautivado por los gatos

monteses pegada sobre el labio,

¡reviéntame en tu olor!

Cortina de cuero y olor a ojos de infierno matándome

en el bosque.

No tienen puerta para huir los amores.

Círculo de sol repleto de pájaros; tranquilidad de María,

la mecedora de la tarde.