José Pedroni

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Romance de mi primera novia - José Pedroni

Me atraía el diccionario

en tres o cuatro palabras.

Borrilla de fruta verde

el labio me cosquillaba.

¡Lo que no hacía mirándote,

figurín de mis hermanas!

Derramada en mi uniforme

cual frío vaso de agua,

mi vergüenza iba a la cita

con su joroba en la espalda:

la cartera de escolar

con el pan y la naranja.

El lugar siempre era el mismo:

una vidriera olvidada;

los días, todos los días

menos uno por semana,

y la señal convenida

la grita de la campana

que golpeándose la boca

se burlaba, se burlaba.

Los días, todos los días

menos uno por semana,

porque el sábado judío

la persiana no se alzaba.

Con la boca sobre el vidrio

yo le respiraba el alma.

Nadie tenía en el pueblo

su frente de luna clara,

nadie sus hermosos dientes,

nadie sus ojos de agua.

Para enseñarme su pie,

que cabía en una taza,

alguna vez me esperó

como recién levantada.

Para que le viera el brazo,

día por medio lo alzaba

desnudo, en el ademán

de la mujer que declama.

Para mostrarme su muslo,

en la liga le picaba.

Para enseñarme su pecho. . .

¡Ay, nunca me lo enseñara!

Yo no dormía de noche,

porque eran como mi almohada.

La amé todo el cuarto grado,

que cumplí sin una falta,

respirándole en el vidrio

rendidas frases mojadas:

Tu mejilla, piel de fruta;

tu boca, fruta cortada;

tu seno, fruta de sombra

formada y descascarada.

Te quiero porque no oyes.

Te quiero porque no hablas.

Te quiero porque no ves

mi vergüenza jorobada.

Te quiero ¡ay! Porque esperas

para llorar que me vaya.

Si me hablaras, huiría

sin enseñarte la cara. . .

Y otras cosas que no digo

de tan lindas o tan raras.

La amé todo el cuarto grado,

que cumplí sin una falta.

Hasta que un día la tienda

amaneció abanderada

con una larga bandera

que sangraba.

Una bomba dispararon

a una nube que pasaba.

La gente vino a mirar.

¡Cuánta gente aglomerada!

El dueño iba y venía

tirándose de las barbas.

Y de pronto, sofocado,

por entre un río de espaldas,

un hombre salió a la calle

con mi novia desmayada.

¡Se la llevaba en el hombro!

¡Ay, madre, se la llevaba!

Contra el vidrio en que la quise

puse mi cara paspada;

contra el vidrio en que la quise,

como si fuera en mi cama;

dije un nombre de mujer,

un nombre, con toda el alma,

y llorando como lloran

los que lloramos por nada,

me fui muriendo en tu busca,

¡oh, madre que me esperabas!,

mientras tras de mí caía

lentamente la persiana.