Santiago Sylvester

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Mujer en la esquina - Santiago Sylvester

De lo que se trata es del intercambio: ella tiene hambre, yo
no tengo conocimiento; y si cada uno espera que caiga su ración del cielo, ya podemos despedirnos sin aliviar la carga.
Siempre ha habido estos pactos: ella, con un naipe distinto
en cada caso, yo eligiendo la carta para ver si acierto;
ella, yegua de Parménides llevándome camino arriba, yo
olfateando el rastro con precipitación;
y así, necesitados ambos de lo que el otro tiene y no guarda
para sí, buscamos lo excitable de la especie para alcanzar el peso, la saliva del otro, la célebre unión de las mitades.
Ella siempre con historias exitosas (todas tristes), y yo
atestiguando lo que he dicho:
que si espera en la calle
se debe al intercambio,
si entra en el bar y llama por teléfono,
si disloca hasta morir la mandíbula del alma
y se ríe cuando corresponde llorar
se debe al intercambio: esas partes separadas en
busca de lo mismo.

Y es todo lo que sé.

Pero ella sabe más:sin salir de la esquina
conoce el mar por el tripulante a deshora,
el mercado por el olor de una manos,
la vaca por el carnicero;
y si no quiere ni oír
hablar del corazón, acostumbrada
como está a la charla,
es porque sabe que ahí cruje la madera.
El corazón es puro esteticismo.