Edgardo Dobry

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La cuestión del chocolate - Edgardo Dobry

En la pastelería de la vuelta de mi casa

venden baldosas de Gaudí de chocolate blanco

y bolitas de chocolate veteado y caganers

del más negro chocolate y un Pikachu con ojos de confite

y el Rarchur, que es su evolución,

con espiras como pelo de caramelo esmaltado.

De tallas bestiales pintan huevos

de cacao en las pascuales fechas

y en acercándose la Navidad turrones en forma de molino

con aspas de mazapán en merengue ribeteadas.

Ahora bien: este delicuescente escaparate

estase precisamente en la parada de autobús de calle Balmes

donde mi Luca y yo asomamos glaucos labios

por entre unas graciosas espirales de bufanda

que sin pretensiones se parecen, bien miradas,

a las chimeneas de mosaico de esos edificios

que dan su gracia al epónimo Paseo.

A Luca se le quedan los ojos estofados

al tiempo que yo me contracago en el 17 que no llega

y me digo para mi coturno que si le compro chocolate

qué desastre de padre fuera y si no le compro

qué padre severo

encima de desastre y sin remedio.

Luca se enjuga con una manopla al 50% de acrílico

la humedad que devenida no se sabe

si de fosa o lagrimal, mientras pasa el 16

que no nos sirve pero siempre

pasa antes pues el 17, al ser el nuestro,

viene en mucho retrasado.

Después, haciendo humito del aliento,

Luca emite un murmullo acerca

de la evolución de los Pokemons

que repta bajo las orejeras de mi gorro de aviador.

Pokemons de fuego y de agua, de piedra y de planta,

y ataques de energía insoportable

e involuciones defensivas.

La mitad del Rarchur, que es un Pokemon de rayo,

me la como de un mordisco para buscar consuelo

amargo en el concepto

de que Luca no hayase ingerido chocolate tanto.

Amarronados están los bordes de mi tarjeta de autobús

y pasa otra vez el 16.