José Pedroni

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Poemas de la enamorada del  muro - José Pedroni

1

Muro soy, sin duda alguna;

muro de una sola piedra,

y tú la que baja en luna,

y tú la que sube en hiedra.

2

Sobre el muro de mi pecho,

por no saber esperar,

me puse a pensarte muerta

y poco a poco a llorar.

Tu sombra ¾hermana del agua¾

sentí llegar a mis pies.

Abrí los ojos: no había

más que un lejano ciprés.

Lágrima tuya ligera

sentí en mi mano llamar.

Alcé los ojos buscándote: alta nube sobre el mar.

El viento trajo tu nombre

y el mío en una canción.

Puse mi oído en la arena;

sólo oí mi corazón.

Cayó la noche llorando,

¿cuánto te esperó mi amor?

Estaban altos y solos

la luna y su leñador.

Con el brazo, como un niño,

mi rostro desarené,

y, fatal, tomé el camino

que sube hasta perder pie.

Pero mi sombra en las piedras,

como por arte lunar,

se desdobló ante mis ojos

cuando ya caía al mar.

Éramos dos los que íbamos

a morir por tanto amar.

3

Bajo la luz de tu pelo,

como de estampa mural,

mi corazón encerrado

picapedreaba fatal.

Se oyó el ángelus, y a poco,

venida torva del fondo,

sobre las casas ¾palomas¾

la noche voló en redondo.

Cerró sus ojos el niño,

la madre apagó su voz,

y el pueblo, casa por casa,

se fue echando junto a Dios.

Quedó al fin bajo la única

estrella un pino derecho,

y por obra de tu pelo,

el sol dormido en mi pecho.

4

Era un mar en el crepúsculo,

por tranquilo más inmenso;

en el mar una gaviota

y sobre el mar mi silencio.

En lento viaje cantado,

la corriente por derrota,

pasó una barca, y tras ella

mi silencio y la gaviota.

¡Ay, que estoy solo! ¾pensé¾

Mi corazón, ¡que maltrecho!

¡Ay, quién cantara al volver,

junto a mí, de trecho en trecho!

Y tú empezaste a llorar

y a cantar sobre mi pecho.

5

Salí para no volver,

para no volver a verte;

porque mi amor era tal

que siempre hablaba de muerte.

Llegué hasta el único barco

que al atardecer salía,

y el mar, fresco como tú,

me llevaba y me traía.

Mirando un punto lejano

la luna roja me halló.

Volví a tu lado; en tus ojos

el mar me reconoció.

6

Un fuego en mi puerta hice

para poder esperar,

y en un álamo lejano

en ti me puse a pensar.

Me desperté con tu nombre

y hallé, donde el fuego, un globo

de nieve, y en el camino

una huella y no de lobo.

Tibia ¡oh sorpresa! mi frente;

tibio mi pecho menguado,

como si hubiera dormido

toda la noche a tu lado.

Tú estabas de pie, sonriéndome,

con el cabello nevado.

7

Dormido estaba a la sombra

de un viejo muro partido

la sombra se fue en puntillas

y al sol me dejó dormido.

Me desperté con tu nombre,

roído el muro de grillos;

la luna por alumbrarse,

los tejados amarillos.

Frescas ¡oh dicha! Mis manos,

fresca mi boca de estío;

el mar, mi pecho desnudo;

mis pies descalzos, el río.

Monedas frías mis sienes,

musgo de piedra mi vello,

como si hubiera dormido

toda la tarde en tu cuello.

Tú estabas de pie, sonriéndome,

con el sol en el cabello.

8

En la puerta, ante el silencio

del pueblito en que naciste,

eras contra mí una flor

cerrándose blanca y triste.

Sonó de pronto un disparo

y otro entre los sauces flojos,

y en el blanco de mi pecho

se hizo la luz de tus ojos.

¿Por qué pronuncié tu nombre?

¿Por qué en la puerta, cruel,

me apoyé lánguidamente

como muriendo con él?

¡Ay, en tu grito el terror

de verte sola y perdida!

¡Ay, en mis ojos cerrados!

¡Ay, en mi mano caída!

Versos que decirte tuve

para volver a la vida!

Palabras que no se han dicho,

para ir cerrando tu herida.

La luna había pasado

sobre el pueblo en que naciste,

cuando en mi pecho otra vez

te cerrabas blanca y triste.

Caía de tus pestañas

el perdón que no me diste.

9

No se veía en la noche

la telaraña del muro.

Cayó en ella la luciérnaga:

¡Ay de su berilo puro!

Árido estaba mi pecho

como olvidado de Dios.

Tú en él te apoyaste triste,

dulce y triste: ¡Ay de los dos!.

¡Quién te libra de seguirme!

¡Quién me salva de morir!

¡Ay, que no puedo dejarte!

¡Ay, que no te puedes ir!

10

¾ Niña mía: ¿por qué siempre

tu frente en mi pecho obscuro;

si no tu frente, por qué

tu oído, como en un muro!

¾ Mi frente, por lo que tiene

de luna y de flor; mi oído,

para olvidar y morir

sobre mi nombre latido.

11

Paredón de las afueras

que todos ven al llegar;

palomas te trajo el viento:

¡para siempre palomar!

Paredón de las afueras

que te querías caer:

semilla te trajo el viento:

¡tuviste que florecer!

Paredón de las afueras

contra el que lloré una vez:

¿que le dijiste a la niña,

que vino a verme después?

12

Muro soy, sin duda alguna;

muro de una sola piedra,

y tú en el sol, la luna,

la lluvia, el nido, la hiedra.