Miguel Abuelo

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40 - Miguel Abuelo

Mi ticket. Mi casa.
Mi escritorio. Mi muelle del pensar.
Mi ventana. Mi reloj.
Mi lámpara imborrable.
Mis flores sentenciadas.
Mi manera de saber que estoy atento
y que algo me distingue entre todos.
Mis lágrimas caseras.
Mi teléfono espontáneo.
Escribir. Oh.
Pesada tarea que me produce tanta alegría.
Desfilando entre opuestas galerías,
intentando ser, finalmente, puntual.
A caballo entre sanctas (y non sanctas)
reflexiones.
Soy, de entre todos, mi confesor favorito.
Llevo el oído presto a la ligera analogía
que sostiene épocas, mitos y leyendas.
Veo en los números la intención precisa.
Cifra y palabra, sílaba y cuenta,
existen como un castillo para nadie,
a menos que el buscador se enfrente con su estilo,
y los transforme en base, ficción o compromiso.
Oh, escribir.
A los cuarenta se puede demorar un año
para concluir el poema.
Usando la ventaja de la desventaja,
ninguna cosa ahora, se torna contra uno.
¿De qué valdría a la inconsciencia
hacerse de un náufrago libre y bandido?
He dejado a la cultura en un paraje
repleto de pájaros perdidos... y
a veces vuelvo.
Para nunca olvidar la misma escena.
Desde mi propio estado,
no deseo más de lo mejor.
Entre lo gratuito,
me muevo como sabio perverso.
Confeso en fiesta con la vida toda.
Aúllo como lobo.
Aunque llore en secreto
la inútil canción del desconsuelo.
Me inclino hacia el bien por conveniencia.
Ya que del mal no saco nada claro
y en el amor se apoya mi conciencia.
Esquivo, escurridizo, a las desavenencias,
vacuo mensajero. Imperfecto.
Esplumado de voces.
Debí cruzar obsceno las lágrimas ajenas.
Seducido, imantado por la atracción del agua.
Ni a favor de nadie, ni en contra de ninguno.
Debí cruzar el río de lágrimas ajenas.
Irritablemente poeta.
Yo soy mi propio invento.
Hirviendo: gris y oro,
azul de burbujas humeantes.
Mi respeto profundo,
mi honor más devoto,
mis gracias más largas:
a los fogoneros del universo.
Mi cuerpo es una mina.
Mapas. Napas. Rojas corrientes calientes,
canales azules, tiernas suavidades.
Durezas agresivas.
Armonías acuáticas,
centros ionizantes,
maquinaria de esponja,
transistores, ritmo, salud,
cerebro y aun
infinitos horizontes de ignorancia.
La salud.
Casamentera, enamoradiza.
Fiel. Digna de lo que quiere.
Me muestra entre sus haberes
como a una muestra pródiga.
Ella es tan vasta, tan santa,
tan animal y tan planta,
que la elegí como estrella.
No hay palabra.
Nada existe tan nativo.
Mi salud me dio la luz.
Mil hijos más que uno mío,
y les dio paz, fortaleza.
Mundos (¿...?). Distracciones,
compromisos.
La salud es una reina
que nunca me trató mal.
Hijos. Hijos. Hijos.
Hijos padres.
Hijos del sol. Hijos. Hijos.
Yo rezo. Yo soy igual.
¿Y qué hay si soy sumiso?
40. Hombre. Hombre de muchas lecturas.
Caballero.
Hoy, más joven aun. Mecanizable.
Modular. Comodín. Inquebrantable.
Me repito a mí mismo
como a un grato recuerdo.
Vivo de por vida.
Hechizado. Vacía la cabeza.
Por un caudal de tinta.
Montado en barco poético
sin salpicar a nadie
me juego en solitario.
40 primaveras sin traicionar a nadie.
40 días de otoño preparando detalles.
40 que terminan al comenzar 40.
40 los ladrones. 40 vigilantes.
Dicen que de los 40
se sabe más cada día.
Pero yo no lo sabría.
Valiente hasta las tripas.
Aries. Perro de fuego.
Despuntar del zodíaco.
Aries. Perro de fuego.
Valiente hasta las tripas.
Guardián de mis guardias.
Secretivo.
Inventor de áureas distractivas. Discípulo.
Creador de mayas seductoras.
Escribir, oh.
Pesada tarea que me produce
tanta alegría.
No estamos solos.
La misma alma prevalece.
Los muertos me arrullan entre cambios.
La fortaleza reverdece y trasmuta.
Mi corazón es un cantero
de signos para siempre.