Sylvia Plath

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Gigoló -   Sylvia Plath

Reloj de bolsillo, bien tictaqueo.

Las calles, reptíleas rendijas,

a plomo, con huecos donde esconderse.

La mejor cita, un callejón sin salida,

un palacio de terciopelo

con ventanas de espejos.

Allí se está segura,

sin fotos familiares,

sin anillos nasales, sin gritos.

Relucientes anzuelos, sonrisas de mujeres

hambrean mi volumen

y yo, elegantona con mis calzas negras,

desmenuzo pechos como medusas.

Para nutrir

violonchélicos gemidos como huevos:

huevos y pescado, lo básico,

el calamar afrodisíaco.

Mi boca ríndese,

la boca de Cristo

cuando mi motor llegue a su fin.

El charloteo de mis articulaciones

doradas, mi forma de convertir

perras en pizzicatos argentinos

desenrolla una alfombra, un silencio.

Y no hay fin, no tiene fin.

Nunca envejeceré. Ostras nuevas

estriden en el mar y yo

reluzco como Fontainebleau

contenta,

toda la cascada un ojo

sobre cuya agua tiernamente

inclínome y véome.