Gonzalo Escudero

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Noel - Gonzalo Escudero

Noel:

Si usted quiere, conversaremos otra vez.

No importa de qué.

En este bosque de oro,

arquitectura gótica para las manos paralelas

de los niños ciegos.

Manos que se alzan y no descienden,

como los mástiles de los barcos,

de los árboles

y de las catedrales.

Noel:

es mejor que lloremos.

El gélido metal de su barba

tiene el óxido de la sangre,

sangre de los hombres que cayeron como torreones,

acribillados por la aguja rítmica

de las alígeras ametralladoras,

¡máquinas de coser y de encuadernar

con la piel tostada de los hombres,

el libro de la inmortalidad!

Noel: todo es nada.

Quedan atrás los hombres claveteados

por el cuchillo del hambre.

Galeotes de las fábricas humeantes.

Encadenados de las usinas.

Atorrantes sin brújula en el mar de su cristalería

¿Qué importa la sonrisa suya?

Porque no sonreímos

sino rasgando las comisuras de nuestros labios

con las navajas de las estrellas.

Quiero en mi zapato de madrugada

apenas un escorpión con su espada,

como el arcángel San Gabriel.

Un escorpión negro que centellee,

como una moneda negra

en el ombligo de un cadáver blanco.

¿En qué lupanar desnudaron a la Torre Eiffel

para que sus tobillos de hierro tiemblen

con sus ajorcas de luces

y le muerdan las hélices borrachas,

dientes de los aviones vagabundos?

No, no.

Dados, dados y dados

de los edificios titiriteros

que tamborilan en el vientre tenso de la tierra.

No, no

Es preciso volcar las cúpulas

para apurar en ellas el último absyntio.

Aquí, las copas náufragas

Aquí, la muerte.

Cambio mi vida por una sonrisa

-lámparas nuevas por lámparas viejas-

¿y qué más da la eternidad?