Leopoldo Castilla

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La mesa de mis dioses -  Leopoldo Castilla

A Pedro González


Bebo con mis dioses,

con Xangó, dios del trueno, protector

del ebrio y del amante,

a quien he visto desimantar a las bahianas

marearlas

como si dentro les copulara una bandera,

que descendió en mí en Santiago de Cuba

por obra y gracia de Orula y de un babalao

cenizo

de cruzar la suerte de los hombres.

Bebo con Vishnú a quien no pude despertar

de su lento absoluto, cuando ascendiendo

una escalera enorme

lo vi yacer, sin mundo,

como una luna esperando el regreso del cielo.

Fue en Bali esa visión. La tierra

desaparecía

devorada por sus delicadezas.

Ofrendo y bebo con la Pachamama, porque le pertenezco

arbolito que yo soy y nunca alcanzo

río que me llamo y nunca vuelvo,

y con el Señor del Milagro,

que brillaba como un fruto

en el terror

en el luto

y el espejismo del alma de mis abuelos.

En la mesa, desnumerando, como suelen,

está el duende, con su mano de lana

y su mano de hierro

cicatrizando sus ojos debajo de la higuera.

Y el diablo, pobre hombre, aparecido en otra dimensión,

tahur,

que sólo como música puede entrar a este mundo.

De pie, a mis espaldas, está mi muerto. Lo desconozco.

Me dijeron "es alto y tiene el pelo blanco. Lo cuida."

Un extraño condenado a mi suerte,

un plenilunio de mi cuerpo. Y es que otras formas duran

para sostener tu forma

y están vacíos todos los nacimientos.

Y estoy yo, ateo, sin iglesias,

milagroso.

Y en otro rincón, también yo, con siete años,

mirándome mirar

los sentires de mi madre

y a mi padre ardiendo,

maravillado,

herido

entre cantores difuntos.

Unos recién naciendo,

otros, en la muerte,

maldormidos,

nos amanecemos

aunque nunca llegue el día.

Estamos todos ocupando todo.

No falta nadie.

Y, sin embargo, la mesa está vacía.