Jacobo Fijman

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El hombre del mar -  Jacobo Fijman

El hombre de los ojos

atormentados,

que ha mirado mil auroras del mar

desde las grandes proas,

tiene el secreto

de las neblinas, las compactas y húmedas

neblinas;

tiene el secreto de las claridades,

de las muy anchas, de las ilimitadas claridades

que estallan como granizadas

sobre los barcos clavados y desclavados

en los planos soleados de los días.

¡Los barcos que alzan sus ojos en la noche

cual surcos conmovidos, ardientes y sedientos

de las semillas

de los cielos lejanos!

El hombre de los ojos

atormentados,

sabe todos estos secretos;

y al estrechar mi mano con la cordialidad

de las almas supremas,

me ha entregado el don de los horizontes;

me ha iniciado en las expansiones;

me ha libertado de los cuatro puntos cardinales,

y del bien y del mal;

De mi ciencia de biblioteca,

De mis pequeños sueños de orangután civilizado.

¡El, el hombre salvaje,

me derramó su olor marino

sobre mi olfato torpe que vive en las alcobas!

Él, el hombre salvaje me ha traído la música

de las islas bienaventuradas,

en su silencio abismal

y en sus palabras pintorescas,

alegres, puras,

de una elevada, de una cósmica simpatía!

Él, el hombre salvaje,

que ha reído con las olas del mar;

que ha llorado con las olas del mar;

que ha sufrido el asombro y el espanto

frente a las tempestades

que hacen y deshacen los mundos

y destrozan ciudades y amplían las hogueras

con sus gritos tan rojos;

Él, el hombre salvaje

me ha dejado oír los órganos profundos

de su alma golpeada por las visiones de la inmensidad;

y este mi corazón se ha agitado en el sueño

del universo;

porque el alma y el corazón del hombre salvaje

trae el múltiple canto del mar y de los astros

y los abismos altos y los abismos bajos;

las expansiones y las desolaciones

prendidas a la rueda del universo.

Él, el hombre de los ojos

atormentados,

que ha mirado mil auroras del mar,

me ha desclavado de las calles grises

de mis hábitos viles de hombre civilizado

que nada tienen que hacer en mi destino

en mis pies, en mis manos

ni en mis ojos hambrientos

de una proa, de un astro y de una aurora.

¡Ahora yo también soy un hombre salvaje!


Del libro: Molino Rojo. 1926