Leopoldo Marechal
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Introducción a la oda - Leopoldo Marechal
Varón callado y hembra silenciosa
me dieron la privanza de la tierra:
El último yo soy, y el que despunta.
Los hombres de mi sangre cosechaban el mar,
pero no levantaron la canción entre peces:
 Junto al mar el silencio
 fue sudor de sus años,
 estela de sus naves
 y aroma de sus muertes;
porque el silencio entonces era un gran corazón
 que no debe partirse.
El Primero y el Último es mi nombre:
 el último callado
 y el primero que suena.
En el día sin lanzas, amasé mi canción
 con un barro durable.
Se habían pronunciado las palabras:
"Toda canción es flecha de destierro" .
 Y en el día sin lanzas
 por encima del hombro
 disparé mi canción.
Fructificaba el árbol con altura de árbol
 y al sol el buey mugía
 con altura de buey;
pero mi voz, ¡oh, duelo!, era más alta
 que mi altura de hombre.
 Y la muerte del árbol
estaba más distante que la muerte del buey;
pero mi muerte ya era un fuego vivo
y era mi canto el humo de mi muerte.
(Esta canción tiene los pies de niño
 y el corazón del hombre:
pie que gira en el baile de la hoguera,
 corazón que redobla
 en la danza del humo.)
¡Qué bien pesaban en la tierra el árbol
y el hombre y sus pacientes animales!
 La longitud era canción,
 la latitud era canción
 y era canción la altura.
 Tres canciones atadas
 componían el mundo
y al hombre y sus pacientes animales.
¡Oh, geometría en todo su verdor!
¡Oh, fuertes ataduras en el día sin lanzas!
 Pero mi voz crecía
 por sobre mi cabeza
y un nudo se soltaba en mi canción.
De "Odas para el hombre y la mujer" 1929
