Carlos Mastronardi
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Algo que te concierne - Carlos Mastronardi
De aquella tertulia lejana y amable
 que ocurrió en Basilea o quizás en Bolonia,
 una noche generosa
 en rostros, en palabras, en señores insignes
 que el ocaso juntó por un momento,
 todo se ha borrado,
 como si las vidas y las circunstancias
 y esa misma noche brillante
 no fueran otra cosa
 que la trama deshecha de un sueño
 tejida por un dios que nos devora
 y que en aire y en humo se complace en
[ plasmarnos.
 Así, d ese encuentro de sombras corteses,
 tan incierto que ya no recuerdo su lugar ni
 [su tiempo,
 y cuya condición menguante
 es la de todo aquello que se funda en las formas,
 en los acuerdos exteriores,
 no en el completo don que nos construye,
 nada me queda, nada sobrevive,
 excepto tu pensado rostro.
Puesto que de fervor está hecha la sustancia
 de cuanto existe, de aquellas vagas horas
 en que sin verse se rozaron muchos,
 solo recobro una persona clara,
 y así vuelve a ser vivido el momento remoto
 que busco y que persigo con palabras:
 entre un fulgor de vasos y perdidos
 en la sensible música que engendras,
 unos mansos fantasmas, acaso sin saberlo,
 se estaban despidiendo para siempre.
Bien lo comprendes: la dispersión propia de un
 [sueño;
 sin embargo, no es todo un callado naufragio
 porque la realidad con tu recuerdo empieza.
 Se apagaron los hombres y las luces,
 pero una luz más firme le concede
 continuidad al alma retraída
 y una fiesta más en mí perdura.
Ahora, en la quietud de la alta noche
 bebo el café y doy con una página
 donde leo que el Amor filosofa,
 porque el eros, a diferencia del ignaro,
 busca lo que le falta,
 sospecha claridades que están lejos
 y pide esencialmente la belleza.
 Dejo el antiguo texto. Es tarde. Me devuelven
 [al mundo
 el poder solitario de la noche
 y el viento que en los árboles insiste.
 Ya han de andar las abejas sobre jardines jónicos.
 Me olvida y calla el tiempo
 bajo el círculo claro de la serena lámpara.
 Yo escribo que te quiero.
Semejante a una ternura antigua
 regresa el habitual carro del alba,
 como si fuera el eslabón que salva
 la persistencia, el orden de este mundo.
 La ciudad duerme bajo la lenta lluvia.
 Suena un vago reloj en el piso de arriba.
 Vuelvo a mí mismo, a verte.
De: Poemas inéditos de distintas épocas - Antología. 1966
